sexta-feira, 27 de agosto de 2010

Planes

Después de leer esto ya solo esto ocupa mi mente.

segunda-feira, 23 de agosto de 2010

Sorprendida

Hace un par de semanas, mientras me pintaba las uñas de los pies, mi hijo me observaba interesado.
- ¡Qué bonitas , mamá!
- ¿Te gustan?
- Sí. ¿Me las pones?


Ni lo dudé. En cuanto acabé con las mías me afané con las suyas. La verdad es que, como tiene la piel tan oscura, le quedaban genial.

Se puso unas sandalias con los dedos al aire y nos fuimos a visitar a su familia paterna.

La reacción ante la decoración de sus uñas no tardó, para mi sorpresa. Y entre un comentario y otro su tío, para reforzar la argumentación en contra del color de las uñas, contó que mi hijo le había dicho unas semanas atrás que tenía una novia y un novio. “Y después os quejareis”, sentenció.

A mí no me resulta extraño ni sorprendente que mi hijo diga esas cosas ni que quiera pintarse las uñas de los pies. Me parecen comportamientos normales en un niño de su edad, que ya se han dado y siguen dándose en los niños que tengo a mi alrededor.

Lo que sí me sorprende es la reacción de personas jóvenes, de mi generación, a las que presupongo un nivel de apertura mental y de tolerancia que por lo que veo no se ajusta a la realidad.

¿Alguien con este perfil se cree realmente que porque mi hijo se pinte las uñas de los pies o porque diga que tiene novio se condiciona su conducta sexual futura?

Pero lo que realmente me preocupa es que en mi entorno más cercano continúe siendo tan problemático el tema de la orientación sexual.

sexta-feira, 20 de agosto de 2010

El bosque de los zorros

Buscaba algo entretenido que leer, en estos días aciagos, y la recomendación resultó estupenda.

Y además me ha recordado las enormes ganas que tengo de visitar Escandinavia.

(Lo estoy leyendo en una traducción al gallego que en ocasiones creo que puede resultar más cómica todavía.)

quarta-feira, 18 de agosto de 2010

Martes tarde

Resultaba imposible aparcar cerca de la entrada de la playa, así que me conformé con aparcar donde pude y, tras ponerme el biquini, subí la cuesta que llevaba a las escaleras de acceso.

Al llegar a la arena busqué un hueco entre las toallas y las sombrillas. Al mirar a mi alrededor ví a L, justo a mi lado. Lo saludé con prisa, hice las preguntas de rigor -¿Qué tal P?, ¿Todos bien en casa?- y me despedí aduciendo que no tenía mucho tiempo y que quería caminar hasta la otra punta. Lo segundo era cierto.

Me encantan las playas con marea baja, que te permiten caminar sobre la arena húmeda y endurecida. Ayer el mar estaba increíblemente calmo y cristalino. Las olas llegaban a la orilla prácticamente sin romper. Se elevaban y volvían a caer sin imperfecciones. Parecían de cristal.

Pensé lo mucho que le habría gustado nadar aquí, en el agua limpísima. Lo imaginé sumergiendo la cabeza, braceando y levantándose después sonriente y orgulloso de sus progresos.
No consigo acostumbrarme a sus ausencias.


A marea baixa en San Xurxo

terça-feira, 10 de agosto de 2010

El que siembra...

- Ola, guapo. Como te chamas?
- Pablo.
- Ah! Eu chámome Marta.
- Eres gallega, verdad?
- Si, por que?
- Porque hablas en gallego. Mi madre también es gallega. Yo no, que soy de La Coruña.

Ay! Paco, Paco... Qué trabajito hiciste, macho!

domingo, 1 de agosto de 2010

En estos días

Comencé mi vida laboral en hostelería, lo que me permitió emanciparme, continuar y finalizar, mis estudios.

Trabajaba en un restaurante, como camarera, y aunque es sin duda un trabajo duro que provoca un cansancio físico innegable, si el ambiente es bueno (y aquí lo era), puede reportarle a una momentos realmente buenos. En mi caso, así fue.

En ciertas ocasiones, normalmente coincidiendo con las épocas de vacaciones o con alguna fiesta local, el establecimiento se llenaba repentínamente y todos corríamos, atareados, al grito de "¡¡Estamos en la mierda!!".

Recuerdo perfectamente esa sensación de prisa, de tensión, ese estar al límite, deseando que aquel señor se terminase de una vez su puñetero café o que aquella rubia oxigenada dejase de pedir "más pan" cada 10 minutos.

Después, cuando acababa el turno y los clientes iban abandonando el local, nos quedábamos allí, resoplando, comiendo o cenando juntos, comentando las anécdotas de la jornada y prolongando gustósamente la conversación hasta que el reloj nos indicaba que ya iba siendo hora de marcharse.

Fue una época estupenda, en la que viví momentos y experiencias que sé que nunca se repetirán. Y lo cierto es que, últimamente, me sorprendo recordándola una y otra vez. Recordándola y echándola de menos.

A pesar de que sé que en aquel momento resultó, en cierto modo, frustante para mí. A pesar de que no olvido la sensación de incertidumbre, de temporalidad, la falta de seguridad, creo que fui muy feliz. O tal vez sólo lo imagino.